martes, 29 de diciembre de 2009

Prefacio

Dentro de la profunda oscuridad del pensamiento se encuentran líquidos los sueños, con los ojos cerrados a veces la existencia parece tan efímera como eterna, son segundos del inconsciente donde la vida cuelga de un hilo tan débil que te hace preguntarte que tan lejos está la muerte. Tal vez la gente común no se lo pregunta en situaciones normales, pero yo me lo pregunto cuando mis sueños de seda son interrumpidos por un goteo que me transporta al consiente.

Agudizo el oído. Otra gota cae, puedo sentir su trayectoria como corta el aire y luego se estrella contra una superficie de agua. Luego un sonido algo extraño, un pito un tanto molesto que se repite de manera constante, no es música, pero sigue un ritmo desabrido y uniforme.

Las preguntas asaltan mi mente ¿Dónde estoy? Trato de abrir los ojos pero mis parpados están pegados, como si ya hubieran soportado mil sueños. Extrañado, quiero llevar mis manos a los ojos y frotarlos, pero el movimiento es tan solo mental, desespero y el sonido regular empieza a acelerar, ser más constante.

La tortuosa y eterna cámara lenta es interrumpida cuando alguien toma mi pesada mano, alguien de piel delicada y fría. Luego es presionada contra un rostro, un rostro húmedo, lloroso. ¿Quién es? Mi pulso acelera, al igual que la pulsación de aquel constante pitito, quiero apagarlo pero ninguno de mis músculos responde.

El lugar pierde su encanto y mi interés, pues toda mi atención se centra en aquellos deditos que me acarician con ternura y pena. Leves sollozos alcanzan mi oído y una lágrima se desliza lenta por el torso de mi mano, pronto es torpemente secada por los dedos tembleques. Sus movimientos son cuidadosos y controlados como si de mí se tratase de una porcelana o un cristal finísimo.

Me la imagino de piel blanca, una mujer o una joven de rostro angelical. Dentro de la desesperación, ella me producía una calma infinita. A los minutos su sufrimiento se transformó en mi pena y en mi tortura ¿Cómo hacer para que parara de llorar? ¿Cómo darle una señal de que podía sentirla?

Se acercaban pasos y una puerta se abrió, la persona que sostenía mi mano la suelta y esta cae sin vida a la superficie en la que me encuentro reposando inerte. Desespero, mi ancla a la realidad ya no está y una vez más me encuentro sumido en la negrura del vacío.

- ¿Está bien? - Dice una voz de mujer, una voz llorosa y acelerada como mi corazón. Pregunta preocupada por mí, era la mujer que había sostenido mi mano, la que lloraba. ¿Acaso me llora? La idea me asusta. ¿Quién es? Siento las ganas de preguntar, pero la pregunta solo la formulo en el plano mental, físicamente todo sigue igual: El goteo, el pito constante, un sollozo.
- El plazo se estaba acabando. ¿Firmó el papel? - Decía la voz áspera y fría de una mujer.
- No, yo... - Hubo un silencio, un instante en el que no supe que sucedía. Luego de forma indecisa el sonido de una pluma rasgando el papel y más sollozos de parte de la mujer angelical - Te amo - Me susurró al oído y todo pareció aclararse. Una idea asaltó mi mente ¿Podía ser? Desesperé en extremo, me encontraba en un hospital y acababan de firmar los papeles para desconectarme del respirador.

El pito dejó de parpadear, el goteó cesó, pero el llanto se volvió más fuerte a medida que me desvanecía.

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